Dicen que del dicho al hecho hay un trecho, así que: ¿por qué deberíamos hacer caso a un puñado de científicos que dicen que añadirle sal al café mejora su sabor?
Cuando le preguntamos a alguien el motivo por el que no toma café, la respuesta más repetida suele ser que no le gusta el sabor amargo del mismo. Ya que, nuestro cerebro está literalmente programado para volverse loco con el azúcar y la glucosa, pero no tanto con los sabores amargos que, instintivamente, solían ser señal de alerta durante las etapas más tempranas del homo sapiens.
El planteamiento es sencillo, del mismo modo que el azúcar contribuye a reducir el sabor amargo del café, la sal también tiene el potencial de suprimir el amargor. No se trata de echar una cucharada enorme de sal, sino una pizca, lo justo para que los iones de sodio que contiene la sal actúen y rebajen el amargor de café mientras potencian otros sabores.
La revista Nature ya se hizo eco de este descubrimiento allá por 1997, pero no ha sido hasta ahora cuando los medios de comunicación están rescatando este estudio científico.
Las nuevas generaciones han elegido al café como herramienta de socialización y cada vez consumen esta bebida a edades más tempranas. La presión que sienten muchos estudiantes para seguir el ritmo establecido, la competencia para acceder a la universidad o compaginar las actividades extras con los estudios ha hecho que el café esté completamente asimilado dentro de la rutina de cualquier persona joven.
Atrás ha quedado el tiempo en el que el café era una bebida para “los mayores”, porque ahora una persona de 17 años es capaz de preparar más tipos de café distintos que sus padres. Mientras que su generación se crió con el café largo, corto o descafeinado, nosotros vivimos rodeados de café latte, espresso, macciatto, pumkin spice latte o capuccino.