Una de las cosas que más me llamó la atención durante mis últimas vacaciones en Italia es la costumbre que hay del “café pendiente”. Una tradición que nació en 2008 en Nápoles, y que establece las bases de una cadena de consumiciones de café.
La idea es sencilla: un consumidor paga su café y deja pagado uno (o varios) más para el siguiente cliente que no pueda permitírselo.
Esta iniciativa se creó para ayudar de forma simbólica a las personas sin techo durante el inicio de la última crisis económica que ha azotado especialmente a la clase media y a las personas sin recursos.
Sin embargo, lo que comenzó siendo un acto simbólico se ha convertido en toda una revolución gracias a la difusión de las redes sociales. Además, al ser un acto de solidaridad anónimo está siendo aplaudido por todo el mundo que normalmente es escéptico con el tema de las donaciones.
El hecho de que sea un café puede parecernos algo sin importancia a la mayoría de personas que tenemos trabajo y tenemos una vida más o menos “asegurada”. Pero, ¿y si estamos en pleno invierno y llevamos todo el día sin comer?
Por desgracia, en los últimos años hemos visto un repunte de las personas cuya estabilidad económica se ha disuelto por completo. Familias con trabajo y vivienda que lo han perdido todo, así que este tipo de anécdotas hacen que uno termine el día más satisfecho.
Lo cierto es que España es un país bastante solidario (no lo digo yo, sino los estudios oficiales del INE y la UE) y, gracias a eso, se han evitado problemas sociales importantes a pesar de la erosión de la economía estatal. Lo que ocurre es que, como amante de esta bebida, me encantaría que todos usásemos el café como herramienta para mejorar la vida de otras personas.