A pesar de que el café es consumido por un gran número de personas, lo cierto es que en Europa se hizo popular en una época en la que la corriente artística, filosófica y cultural transformaron la sociedad para siempre.
Los verdaderos impulsores del café dentro de los círculos de la aristocracia, empresarios y gente con poder fueron los artistas y los intelectuales.
Durante el siglo XVIII, el consumo de café estaba muy extendido entre artistas de teatro, músicos, escritores y poetas, e incluso pintores y políticos. Principalmente porque eran profesiones que requerían una gran cantidad de energía física, mental y la capacidad para buscar inspiración sin alterar los sentidos (como ocurre con muchas otras sustancias excitantes).
El consumo de café llegó a considerarse un símbolo de estatus en las tertulias de los intelectuales y en el mundo cultural. Un sinónimo de una Europa culturalmente decadente que luchaba por sobrevivir a la invasión de la revolución industrial y a la mecanización del entorno.
Hay zonas de oriente como en La Meca (Arabia Saudita), donde se prohibió el café por considerarse que era un emblema de la expresión libre de ideas y la búsqueda de la verdad. Una bebida convertida en el nexo de unión entre un grupo de personas que intercambiaba opiniones libremente y cuestionaba el mandato del gobierno del país.
El valor simbólico del café ha trascendido hasta nuestra época y, mientras que ahora el consumo se ha generalizado, lo cierto es que sigue siendo un punto clave en las reuniones sociales. Las antiguas tertulias han dejado paso a las cafeterías modernas, que han perdido en su gran mayoría el halo de misterio y rebeldía social, para centrarse en el aspecto económico.
La globalización ha cambiado la forma en la que nuestra sociedad consume el café, pero lo que se mantiene es su papel en las relaciones sociales entre individuos. Ya sea tomando un café mientras vamos por la calle de camino al trabajo, o descansando en una terraza mientras leemos un libro, el café es una bebida que se ha vuelto un pilar fundamental de nuestra economía, concentrando más del 10% de la facturación de la hostelería en 2015.
