Como buen amante del café, cada vez que voy a alguna ciudad de viaje me encanta explorar la zona en busca de una buena cafetería. Por suerte para todos, estamos viviendo una tendencia generalizada en la que las cafeterías tradicionales están cerrando (o las reforman) y se abren locales especializados.
Uno de los efectos de la “gentrificación” es la apertura de nuevos negocios en el barrio y alrededores, que están enfocados a un público muy concreto y alejado del perfil tradicional.
¿Habéis ido últimamente por Malasaña en Madrid o el barrio Gótico de Barcelona? Es muy probable que, incluso si vives en una ciudad pequeña, hayas visto como de repente las cafeterías con sillones, wifi y mil tipos de café están apareciendo como setas.
Tradicionalmente hemos sido un país al que nos ha encantado siempre tomar café. Sabemos disfrutar de su sabor y nos encanta el aroma del mismo.
Hoy en día, “quiero disfrutar de mi café tranquilo, sin olores que interfieran entre mi taza y yo”, “quiero pasar los minutos sentado en un sillón cómodo, charlando con mis amigos o saboreando unos instantes de soledad mientras reflexiono sobre mi vida o mi trabajo.” Pero, además, si encima puedo probar una nueva variedad de café de otro país, mejor que mejor.
El sector del café sabe que los hábitos de los españoles están cambiando. Ya no queremos el café a 0,6€ que te bebes en dos sorbos y te vas corriendo. Ahora queremos tiempo. Tiempo para beber sorbo a sorbo nuestra bebida favorita, y tiempo para disfrutar del café como un acto social.
Algunas personas pueden tildar este movimiento como una “moda”, pero lo cierto es que está demostrado que cuando más café se toma, más se afina el paladar del consumidor. Ahora mismo, el consumo de café entre la generación nacida después de los 80, ha superado incluso a la de nuestros padres.