A la hora de hablar de café a todos nos suenan ciertos países cuya seña de identidad es precisamente este cultivo. Lo que pocos saben es que el café ha hecho un recorrido muy largo hasta encontrarse en la posición privilegiada en la que está hoy.
Según los datos históricos más relevantes, el café es originario de Etiopía (África), donde fue descubierto por una mera casualidad por un pastor al que llamó la atención lo nerviosas que se ponían sus cabras tras comer los frutos del cafeto.
Ya en el siglo X, el café comenzó a extenderse a países próximos a Etiopía, como Arabia o Yemen, gracias a su ejército.
Durante el S. XIII el Islam comienza a extender el café como sustituto del alcohol, cuyo consumo está terminantemente prohibido para los seguidores de esta religión. Durante esta época el café era conocido como “Vino de Arabia”.
Posteriormente, durante el S. XV los holandeses consiguen llevar semillas de café a Indonesia y evitar el monopolio que tenían los países islámicos en la producción de este cultivo. Con este importante paso, el café comenzó su expansión a nivel mundial y fuera de las barreras del Islam.
En el S. XVI los turcos llevan el café por toda Europa, popularizando su consumo entre la población pero sin conseguir que ninguna de las variedades de café que tenían consiguiera aclimatarse al continente europeo para producir café ahí mismo.
A pesar de que América juega un papel fundamental en la producción y consumo de café durante la época actual, no fue hasta bien entrado el siglo XVIII cuando se introdujo esta bebida en ese continente.
El café es una bebida extremadamente popular en nuestra sociedad, pero seguro que muchos de vosotros no sabíais que la casualidad ha jugado más de una partida a su favor para su descubrimiento y expansión hasta nuestro territorio.