Últimamente no dejan de sorprendernos los cambios en el panorama económico e industrial de nuestro país. Empresas familiares millonarias que han triunfado durante décadas están de capa caída y los pequeños comercios vuelven a recuperar terreno como nunca antes.
Mientras la mayoría de los negocios enfocan sus esfuerzos en publicidad, branding, captar más clientes, estrategias de fidelización o rutas para expandirse nacional e internacionalmente, son muy pocos los que se han planteado que el cambio generacional de sus clientes puede alterar sus planes y llevarlos a la ruina si no se adaptan.
Uno de los mejores ejemplos lo encontramos en el sector de la música y el cine, negocios que llevaban en declive de forma continuada desde el año 2000 y que en los últimos 2 años han visto un repunte muy positivo gracias al streaming y al cambio de modelo de negocio que están potenciando tanto los propios artistas como las discográficas.
Por el contrario, tenemos al sector vinícola que ha perdido la batalla generacional frente a la cerveza o el café. Los jóvenes no beben vino como sus padres y los productores de ese sector tendrán que exportar su producción para sobrevivir a medio y largo plazo.
En la era de la globalización todos los negocios están expuestos a un número de factores mucho más amplios que en la generación de nuestros padres o nuestros abuelos. Sólo hay que analizar las noticias más comentadas en los medios de comunicación para ver como un simple tweet de un dirigente político puede alterar el precio o la demanda de un determinado producto, hundir o disparar las exportaciones y poner en alerta a muchas empresas.
Cuando un negocio centra su estrategia de captación de clientes entre los pensionistas y se olvida del público más joven consigue más ingresos a corto plazo, pero, al mismo tiempo, se aliena por completo de la generación que tendrá el poder económico cuando se incorpore al mercado laboral.