Hace ya varias décadas desde la Guerra Civil Española y, aunque es un tema que a priori poco tendría que ver con el café, lo cierto es que en España seguimos produciendo la mayoría de nuestro café imitando las costumbres de nuestros abuelos.
Se entiende que por motivos económicos utilizaran una de las variedades de café más baratas, pero es que, además, para que aguantasen los sacos de café más tiempo, se solía tostar con azúcar para que esta crease una capa de protección alrededor del grano de café.
El resultado es un café más amargo y con un espesor superior a la media. Y, a pesar de que en España ya hay muchos bares que están modificando el porcentaje de torrefacto que añaden a sus cafés, todavía sigue siendo muy utilizado a nivel general.
Hay países como Francia que lo han abandonado por completo desde hace varios años, ya que incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha dicho que puede ser negativo para la salud si no se controla bien el tostado.
Al final del día, el café torrefacto nació como un método para “maquillar” el café de baja calidad y conseguir que todo el mundo pudiese acceder a él sin dificultad. Una costumbre que ha perdurado hasta nuestros días.